Un peplum, nada menos. Un peplum extraño, desfasado, que mezcla lo chabacano con lo sublime, el exceso con el intimismo, que utiliza un habla extravagante y deliciosa y con unos personajes impresionantes, tanto los buenos como los malos. Impecables, como siempre, desde Crixo hasta Saxa, desde el extravagante Julio César hasta Gannicus y, sobretodo, Espartaco y Craso, que se revelan casi como dos caras de una moneda. En palabras del propio Craso: “Ojalá hubieras nacido Romano”. Unos personajes que han muerto sin contemplaciones y que han sido relevados por otros igual de interesantes, hasta desembocar en esta guerra de los condenados que ya ha terminado.
¡Y cómo ha terminado! Quizá con el mejor episodio de la serie, o por lo menos entre los tres mejores, desbocándose por fin en una batalla épica que no tiene nada, pero nada que envidiar al cine de mucho mayor presupuesto.
El final era ciertamente conocido, pues así lo marca la Historia, siendo tan fieles como es posible a lo que sucedió (o se sabe que sucedió), pero tomando referentes de muchos lugares. La barrera entre los malos y los buenos es, en muchas ocasiones, difusa, pues no todos los romanos han aparecido como malvados, ni todos los esclavos como buenos.
La pregunda de quiénes y cómo morirán siguen indecisas hasta el final, hasta los últimos minutos, dándonos una última mitad de episodio épica a más no poder. Spartacus es, bajo mi opinión, una serie redonda, casi perfecta, contenida en sí misma sin intentar alargarla más de lo necesario, contando lo que se quería contar sin marear perdices ni alargar tramas ad nauseam como otras series que acaban desinflándose bajo el peso de su éxito, metiendo y sacando a los personajes cuando la narración los necesitaba: la incertidumbre de quién morirá (o más bien cuándo y cómo) se mantiene hasta el final, y nosotros gozamos de estos capítulos, de la inteligencia de sus guiones y de comprobar que se puede contar una historia ya sabida y que aún así nos sorprenda y nos maraville.
Una de las mejores series que yo haya visto, sin duda alguna.
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